En múltiples ocasiones los periodistas hemos acompañado los justos reclamos, las inconformidades, las distintas consecuencias que ha dejado el abandono sintomático del Estado, de nuestros indígenas diseminados en las zonas territoriales de mayor vocación agrícola, industrial, minera de Colombia.
Hemos destacado y respetado sus raíces ancestrales, sus formas de gobierno, sus prístinas creencias y ritos, su ingenio y creatividad en su supervivencia. Hemos aplaudido su devoción y defensa de la madre tierra y la gran vocación y sabiduría sobre el medio ambiente.
Pero lo que no se sabía con la debida claridad y profundidad, era su “formación bélica, subversiva y antisocial en el buen sentido de la palabra-contra la sociedad, contra la gente y ciudadanos del común y sus bienes-.
Y a fe que se siente dolor de Patria, porque han sembrado desgracia humana y social, han golpeado la economía de producción y miles de hogares y trabajadores de todos los campos laborales, como los transportadores, ganaderos, paneleros y cafeteros. Han golpeado la dignidad humana, debido al impacto masivo de sus actuaciones, bajo el rótulo de la MINGA INDIGENA. Sinceramente no hay derecho a tanta ignominia.
Con la suficiente templanza conceptual los “señores indígenas se pasaron de la raya” Se han desbordado de tal manera que han recaído en el abuso, han perdido todas las proporciones, en cuanto que tienen pleno derecho a disentir, a protestar, pero con acciones razonables, con argumentos y no con el manido cuento que el gobierno nunca les cumplido .
Punto álgido que se debe conocer a fondo y con los debidos soportes de comprobación. No con voces subversivas que solo engendran más violencia, con el inminente riesgo de agudizarse en los próximos días. Señores indígenas, los habitantes de los centros urbanos, cuyos gobernadores de resguardos y los voceros de la minga, nos conocen como los blancos o citadinos rechazamos con firmeza su nueva mentalidad guerrillera y desestabilizadora de la herida Paz colombiana.