GONZALO QUIÑONES

Esta sentencia de la filósofa española Adela Cortina, refleja una mirada a muchas realidades sociales que aún en pleno siglo XXI continúan ocultas. Pasa el tiempo inexorable y se quedan en el ostracismo, definido como, la  exclusión voluntaria de los hechos que están ahí, frente a los ojos de cada ciudadano, pero no ocurre nada. Nada importa. Todo es normal. Todo es relativo, o,  mientras no me pase a mí y no me afecte, todo está bien. Por estos canales casi sin fin, se está derramando el destino de la comunidad de hoy. Identificada irónicamente, como la sociedad de la posmodernidad.

La catedrática de ética y filosofía de la universidad de Valencia, como “ratón de biblioteca” como lo  admitimos nosotros, encontró en los diccionarios de griego, el término ÁPOROS (pobre, sin recursos) y a partir de este momento acuñó el neologismo APOROFOBIA, que quiere decir: ODIO A LOS POBRES.

Y aquí se me revolcaron mis sentimientos de ciudadano colombiano. Odiar a los pobres es uno de los tantos identificativos de las desigualdades sociales. De la injusticia social. De la indiferencia ramplona y universal que afecta sin ninguna consideración al mundo entero. Los pobres son un estorbo para los aristocráticos, menos para explotarlos, Los pobres, son el caldo de cultivo para los politiqueros de todas las épocas, para explotarlos y aprovecharse de su miseria.

Sin temor a alguna equivocación, la historia socio-política de Colombia, los fundamentos administrativos de las grandes empresas nacionales y trasnacionales, los principios ideológicos de los partidos tradicionales y de los nuevos, las legislaciones sobre la reforma agraria, de la salud, de la educación, de los derechos inalienables  al nacimiento y al desarrollo natural de la vida, El abandono sistemático de nuestros indígenas y campesinos. El odioso apoyo incondicional que profesan a los terratenientes, los mal llamados padres de la patria, es decir, los congresistas. Las leguleyadas de los señores integrantes de las Cortes, en módulos como en lo penal, y administrativo especialmente. Las regulaciones de la propiedad pública y privada. Las débiles determinaciones para asegurar en todo sentido a los niños y los ancianos. Y hasta el amparo sofisticado al narcotráfico y la alcahuetería con los sicarios y hampones urbanos y deparadores de la dignidad humana, de la mujer y la madre tierra.

Todo lo anterior son demostraciones reales de la APOROFOBIA que dentro de un silencio cómplice o quizá, misterioso, o un desconocimiento profundo, nos acompaña  Y desde luego golpea el presente y el futuro de las naciones. Esperamos contribuir en algo, con este enfoque a reaccionar y a enmendar y orientarnos hacia las soluciones que demanda estas tendencias de marginamiento, racistas y xenófobas que vemos a diario. ¿Estamos frente a una nueva FOBIA, distinta, la que nos producen los pobres, aquellos que en la presente sociedad del relativi8smo y el consumismo, nos enceguece?

Los inmigrantes de aquí y de allá, sí que  están,  afectados por la APOROFOBIA. 

TOMADO DEL CORREO