Las minificciones de Orlando Mejía Rivera
Por José Miguel Alzate
En un extenso ensayo publicado en la revista Papel Salmón, de La Patria, el médico escritor Orlando Mejía Rivera, profesor de Medicina de la Universidad de Caldas, señalaba que la minificción, también llamada microrrelato, es un cuarto género narrativo. Dice que sus características son diferentes al cuento, y agrega que son relatos “por lo general intertextuales que parodian con humor textos clásicos”. Pues bien, antes de Augusto Monterroso, que escribió El dinosaurio, que García Márquez calificó como el mejor cuento corto que había leído, muchos escritores han experimentado en relatos donde la economía en las palabras es el distintivo de su creación literaria. Julio Cortázar fue un buen exponente de esta tendencia, que en Colombia han cultivado, entre otros, Jaime Echeverri y Jairo Aníbal Niño.
Con ese conocimiento que Orlando Mejía Rivera tiene de lo que debe ser una minificción, se ha aventurado a incursionar en este campo de la creación literaria. Y uno como lector se asombra de encontrar en un escritor que ha trabajado novelas de largo aliento a un autor que, entendiendo las dificultades de este género narrativo, se atreve a contar historias en las que prevalece la idea de desarrollar en máximo una cuartilla algo consistente. Según su propio concepto, en el microrrelato debe haber “precisión, unidad temática, intensidad narrativa y ausencia de digresiones”. Y, la verdad, en los cuentos de Diccionario del amnésico, libro que obtuvo el premio de la Primera Convocatoria Nacional de Minificción, está la impronta de un escritor que sabe contar, en media página, con técnica intertextual, una historia creíble.
En su libro El extraño animal de los gitanos, publicado por la Gobernación de Caldas en su colección Libros al Aire, Orlando Mejía Rivera había demostrado que tiene talento para imaginar historias que no obstante su brevedad logran entretener al lector no solo por su lenguaje, sino por la forma como recrea en una prosa pulcra hechos de la historia universal o narraciones infantiles de escritores reconocidos. En este libro hay relatos breves, de dos páginas, que tienen encanto literario. Como el cuento que le da el título al libro, que sucede en la ciudad de Königsberg, una historia casi surrealista donde un alumno invita a su profesor, el filósofo Immanuel Kant, para que lo acompañe a ver un circo. Quiere mostrarle un extraño animal con hocico de pájaro y patas de rana. El filósofo piensa que su alumno está loco.
La diferencia del libro citado en el párrafo anterior con el que obtuvo el Premio Nacional de Minificción está en que en el primero los cuentos tienen una extensión de dos páginas, mientras que en el segundo son relatos de media página. Es decir, en Diccionario del amnésico cumple más con las exigencias del género. Inclusive, recurre a Augusto Monterroso para parafrasear su cuento antológico El dinosaurio. El escritor guatemalteco escribió: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Orlando Mejía Rivera escribe: “Cuando despertó, Monterroso todavía estaba allí”. El escritor le cambia solamente el sujeto. Y dice que el que estaba allí era el autor del cuento, no el animal. Licencia literaria que se puede tomar un autor para rendirle homenaje a un escritor que admira.
El microrrelato le permite a quien lo trabaja jugar con los cuentos infantiles o con leyendas históricas. Puede recrear sucesos que la humanidad conoce, narrados en un párrafo corto. En el libro Diccionario del amnésico hay un relato que enseña esa capacidad para, economizando palabras, contar una historia completa, sin que nada le falte. Es el cuento El escritor. Es la historia de un hombre que guardaba en carpetas lo que a lo largo de su vida escribió, pero que nunca publicó. No lo hizo porque era autocrítico. Creía que no valían la pena. Sin embargo, sabía que tenía calidad literaria. Cuando murió, su mujer le entregó a un familiar los originales, para que los leyera. La gran paradoja del cuento es que, como era carnicero, el hombre termina envolviendo en esas hojas la carne que les vende a sus clientes.
La minificción recurre a referencias cultas, a un buen manejo de la parodia, a caricaturizar a los personajes de un libro y a utilizar el humor negro para darle fuerza expresiva al texto. Orlando Mejía Rivera sabe manejar estos recursos. El cuento El pedagogo erudito cumple con esas exigencias. Es la historia de un profesor universitario a quien la inteligencia lo hace tan brillante que es difícil entenderlo. En el manejo de los cuentos infantiles, una buena muestra de lo que alcanza con su pluma este médico humanista es el relato El beso. Se vale de la bella durmiente para escribir un cuento donde un príncipe que está infectado de covid-19 sube a su buhardilla para darle un beso. Lleva cien años dormida. El beso en los labios la despierta. Termina contagiada con el virus, y es llevada a una clínica. Allí muere.
Alguien escribió que en el microrrelato “la brevedad implica un alto grado de concisión, manejo de un lenguaje preciso y una anécdota comprimida”. En las minificciones de Orlando Mejía Rivera están explícitas estas condiciones literarias. En el cuento Los niños y el emperador, del libro El extraño animal de los gitanos, el lenguaje es preciso y el argumento es una anécdota comprimida de un cuento de hadas. El emperador ordena invitar, todas las tardes, a varios niños para que tomen el té con él en sus aposentos del palacio. La anécdota está en que los niños del reino, cuando lo ven recorrer las calles, “se esconden detrás de sus madres”. Les inspira miedo. Alguno dice que “sus manos son lagartos que se agitan”. Otro, que “sus piernas son como el cuero de una vaca muerta”.
El jurado calificador de la Primera Convocatoria Nacional de Minificción señala que en Diccionario del amnésico se recogen textos narrativos donde predomina “el mito griego, el cuento de hadas y el relato bíblico”. En este sentido, el jurado tiene razón. En una prosa bien lograda, musical a veces, con toques de fino erotismo, nimbada de belleza literaria, Mejía Rivera recrea con gracia, en breves líneas, el suicidio de Sócrates, la leyenda del Caballo de Troya, los delirios de Hansel y Gretel y la lujuria de Zeus. El autor de El enfermo de Abisinia, novela sobre Arthur Rimbaud; de El médico de Pérgamo, sobre la vida de Galeno, y de Recordando a Bosé, sobre la Manizales de los años setenta, alcanza en estos dos libros destellos de sabiduría que se convierten en luz que ilumina el cerebro del lector.
JOSÉ MIGUEL ALZATE