POR JOSE MIGUEL ALZATE

Philip Potdevin se dio a conocer como novelista en 1994, cuando obtuvo el Premio Nacional de Novela Colcultura con “Metatrón”, una obra calificada como un novedoso experimento narrativo no solo por su estructura, sino por la originalidad de su argumento y la floritura de su lenguaje. Este abogado nacido en Cali, que desde el año 1992 venia ganando concursos nacionales de cuento, dio el salto a la novela con un libro que algún crítico calificó como hermético en su temática y neobarroco en su estilo. Allí narra cómo fue el descubrimiento de los doce cuadros de arcángeles en la capilla de Neusa, que nadie sabe quién los pintó. Metatrón es el ángel que maneja las vidas de Franz y Sabina, y que orienta en la investigación a los dos profesores de arte que visitan la capilla para ver a los arcángeles.

Hago mención de Metatrón en el párrafo inicial simplemente para argumentar que el autor de La sembradora de cuerpos es un escritor innovador en el manejo del lenguaje, con una obra sólida como novelista, que se ha ganado un nombre en la literatura colombiana por la consistencia en su trabajo como narrador. Prueba de ello es, entre otros, su libro Palabrero, una novela donde aborda la historia de la comunidad wayuu, de La Guajira. También Solicitación en confesión, un libro ambientado en la época de la colonia, donde una beata denuncia el acoso que sufre de parte del cura confesor del pueblo de Usaquén. En La sembradora de cuerpos, Philip Potdevin se aparta del tema de la historia para abordar la violencia generada por el paramilitarismo.

El espacio geográfico de La sembradora de cuerpos se llama Las Brisas. Es un pueblo cruzado por un río donde a diario aparecen, arrastrados por sus aguas, partes de cuerpos humanos. Obligados por Josefo Farfán, el comandante de un grupo paramilitar, que los reúne en el campo de fútbol, sus pobladores abandonan el pueblo. Los hombres, que antes de ordenar el desalojo asesinaron a los hijos de una mujer porque les pidió que no se los llevaran, no tienen compasión con nadie. La gente debe abandonar sus pertenencias. Dos días después, los sujetos incendian el caserío, que ni siquiera iglesia tiene. Antes habían matado a Milagros, una mujer que había llegado dos años antes como maestra de escuela. Su cuerpo fue dejado a un lado de la carretera. La señalaron de ser colaboradora de la guerrilla.

Philip Potdevin le da vida en esta novela a un personaje que, no obstante su juventud, demuestra carácter: se niega a cumplir la voluntad del comandante paramilitar. Es una muchacha de doce años, hermosa, altanera a veces, que se enfrenta a Anastasio, otro jefe paramilitar, cantándole en la cara algunas verdades. Se llama Sigfrida, pero a ella le gusta que la llamen, simplemente, Frida. Vive con su mamá y dos hermanas menores. Cuando Josefo Farfán les ordena a los pobladores abandonar el pueblo, ella le contesta que no se va de su tierra porque ahí nació y ahí quiere morir, aferrada a sus raíces. Cuando inician el camino, ella se pierde. La mamá, preocupada, les pregunta a todos si la han visto. Le dicen que va adelante, encabezando la caravana, montada en un jeep. Pero no es así. Frida se ha escapado. Se escondió en una vivienda abandonada, cerca del río.

Frida es el personaje central de esta novela en la que Philip Potdevin muestra la vida de un pueblo olvidado. Es una mujer que no se queda callada frente a las amenazas que pesan sobre sus pobladores. Mientras en el velorio de la maestra todos, por temor a que los maten, guardan silencio, ella levanta la voz para condenar a los asesinos. Y le reclama, sin miedo, a Anastasio, por este crimen. La misma actitud de rebeldía la toma cuando Josefo Farfán le ordena que debe abandonar el pueblo. Frida se convierte entonces en la voz de quienes quieren defender la tierra que les pertenece. Cuando todos se van, ella queda sola, enfrentada a los fantasmas de la violencia. Es cuando se refugia en la destruida escuela donde aprendió de la maestra asesinada que se debe tener valor para enfrentar los atropellos.

Y atropellos es lo que Frida sufre. Como el de que es víctima por parte del paramilitar Josefo Farfán cuando, después de incendiar el pueblo, al regresar para apoderarse de lo que queda, la descubre escondida en la casa cerca del río. La posee contra su voluntad. Y le perdona la vida solo para convertirla en su amante. Farfán llega a Las Brisas cada que le da la gana, solo, conduciendo un campero, para violar a la muchacha. Pero un día la saca de allí, y la lleva para una población cercana, donde la pone al cuidado de una tía. Le ordena que ni siquiera se asome a la ventana. Al enterarse, días después (porque el hombre nunca volvió), de que fue capturado y extraditado, Frida se escapa. Entonces regresa a Las Brisas para trabajar por recuperar la vida que el pueblo tenía antes del desalojo.

En La sembradora de cuerpos hay un personaje singular. Es Coronado, un hombre de edad, mal vestido, sobreviviente de la matanza, que se dedica a recoger del río las partes de los cuerpos que van llegando arrastrados por las aguas. En un costal lleva los huesos hasta un descampado cerca de su humilde vivienda, para darles sepultura. Abre huecos para enterrarlos. Luego les pone, en cruces que hace con madera, nombres que le llegan de repente a la mente. Y allí, en ese lugar, siembra matas. Frida interpreta esta actitud como nacimiento a la vida. Y se lo dice. Por esta razón, ella pregona que los pobladores de Las Brisas nacieron de la tierra. La paradoja de la novela es que la muchacha, que antes sentía asco por lo que hacía Coronado, termina ayudándole a cavar las fosas.

La novela de Philip Potdevin cuenta una realidad vivida por miles de colombianos. Aunque juega con la ficción, las escenas narradas no son fruto de la imaginación del novelista, sino hechos reales que se vivieron en muchas zonas de Colombia. El autor los lleva a la novela para contar cómo fue esa violencia que vivieron muchos pueblos. Es lo mismo que hizo Evelio José Rosero en Los ejércitos, una novela que trata el problema del paramilitarismo, pero desde una óptica diferente. La sembradora de cuerpos es un libro que vale la pena leer. En sus páginas está retratada la angustia de esos colombianos que se vieron obligados a abandonar su tierra para salvar la vida. Una novela que cuenta con aliento poético la barbarie que ha vivido Colombia.

JOSÉ MIGUEL ALZATE