Gonzalo Quiñones
Ya no es de poca monta el resurgimiento pavoroso de los gigantescos derrumbes en las montañas de nuestra naturaleza. Y el fenómeno no es en su esencia profunda, estrictamente natural. De ninguna manera. Es porque la mano del hombre se ha convertido en un “asesino silencioso” de su propio hogar territorial.
Sin necesidad de acudir a los términos técnicos propios de la geología, en lo que se conoce como la hermenéutica científica de las cosas y los hechos de la vida, me sustento en el sentido común, que por desgracia es el menos común de los sentidos, para llamar la atención sobre los terratenientes, amparados en el anonimato, hacen y deshacen en las grandes extensiones naturales, como son nuestras montañas, tanto como las entidades mineras cuyos jefes son por lo regular extranjeros de poco sentido ciudadano, pero que son los explotadores con mucho dinero, e insensibles frente a la conservación y el respeto que reclama la Madre Tierra, como nos lo enseña la tradición indígena colombiana.
Al tenor de las grandes ironías del ser humano y de los pueblos, la academia, es decir, las universidades están de espalda a estas frondosas realidades, que solo se detectan, cuando aparecen, cientos de muertos, casas derribadas, como si fueran casas de papel, vías y puentes destrozados, familias enteras desaparecidas, cultivos de la canasta de alimentos anegados, cosechas completas, sin esperanzas de recuperación. Veredas y corregimientos despoblados. Miles de campesinos e indígenas desplazados, que se convierten en hombres, mujeres, niños y ancianos, sin ningún horizonte de vida.
En medio de esta tragedia, por ahí, ahora sí, andan, técnicos, científicos, expertos territoriales, agrónomos y toda clase de especialistas de la materia, buscando soluciones. Esto hay que mirarlo con ojos de buen recibo y aceptación. Pero, en cuántas montañas de Colombia, dentro de una seria cultura de prevención, han instalado monitores de seguimiento al comportamiento de esas grandes extensiones montañosas, que en su silencioso y por qué no aceptarlo misterioso desarrollo, son tácitamente una amenaza cotidiana, digna de atención.
Finalmente, cuándo vamos a desenterrar a aquellos asesinos silenciosos, gestores de las perforaciones profundas de las montañas y planicies, seguidas por filtraciones que horadan y vuelven lodo miles y miles de metros cúbitos de tierra. Sin ninguna exageración el problema de nuestras montañas ya es gigantesco y por lo tanto hay que atenderlo cuanto antes. O no….