Por Gonzalo Quiñones V.
Ya son de dominio público los enredos, las irregularidades, los choques de trenes entre las autoridades con énfasis con el gobernador de Antioquia y el alcalde de Medellín, los contralores, los personeros, las autoridades ambientales, y en una escala superior y delicada la Contraloría y Fiscalía general de la Nación.
Y en la otra orilla las poblaciones sencillas de los distintos municipios que integran lo que se conoce como las ¡áreas de influencia! del proyecto hidroeléctrico que copa la atención del país nacional, con proyección a países vecinos, así sea, indirectamente. Y aguas abajo los campesinos, la gente de delantal, mulera, machete, alpargatas, carriel y de una laboriosidad y consagración y amor por lo suyo insaciables. Son personas maravillosas, abiertas, honradas y admirables. Son valientes y practican un sano atrevimiento con el manejo de las aguas de los ríos que cruzan los corazones de sus áreas territoriales, la conformación de sus familias, sus estilos de vida que evocan la recia formación que heredaron de sus antepasados: obrar correctamente, trabajar duro y reflejar nobleza para superar las adversidades tanto de la naturaleza, como las originadas por la mano del hombre.
Y al situarnos en la mano del hombre, el macro proyecto, donde se aposenta la capacidad intelectual de muchos profesionales públicos y privados; donde la ingeniería y sin duda la arquitectura, los geólogos, y los especialistas en planeación territorial, en tierras y suelos, morfología de las montañas, nacimiento y recorrido de los caudales de agua propios de la región y muchos aspectos más, que demandan seriedad, responsabilidad; aplicación sistemática de muchos enunciados de orden jurídico y procedimental, sin separar la reglamentación ambiental y el impacto humano de la obra, quedaron al garete o en un segundo plano.
Ya es un hecho que la obra hidroituango, cuyo costo es de miles de millones de dólares, se debilita por una cascada de imprevistos también de alto valor como la indemnización a cientos de familias afectadas directa e indirectamente, el resarcimiento del medio ambiente, sin calcular aún las sanciones que impondrán las autoridades de control fiscal y por lo que habrá de responder ante el mercado eléctrico nacional e internacional.
Frente a esta realidad, y con la suficiente claridad, hidroituango por sus alcances y rentabilidades, despertó los apetitos de los políticos, de los dirigentes regionales, de empresas foráneas que las sacaron de taquito de las postulaciones. Despertó de otra parte los celos antioqueños amparados en su reputación como ciudadanos de alta competitividad y emprendimiento y de muchos alcances de orden internacional. Muchas veces la imagen y el prestigio, enceguecen y hacen perder las debidas proporciones de la razón y la lógica.
Esta línea de conducta de quienes en su debido momento, habrán de responder por sus actos, me ubicó en el poema “Siquiera se murieron los Abuelos” del poeta Jorge Robledo Ortiz donde dice “Hubo una Antioquia grande y altanera y una raza que odiaba las cadenas…” Acepto desde mi oficio de periodista con alegría y pertenencia colombiana la palabra GRANDE, pero llamo la atención sobre el calificativo ALTANERA, En él, siento con claridad de conciencia que Antioquia por intermedio de su clase dirigente ha caído en ésta vanidad de vanidades que los precipita a descartar la prudencia, el análisis cualitativo de sus grande obras, como la ATANERA ESTRUCTURA FISICA DEL PROYECTO HIDROITUANGO, tan publicitada y dada a conocer al mundo por todos los medios de comunicación. Pero en su silenciosa imponencia ha afectado a mucha gente y ha golpeado seriamente la capacidad hídrica del rio Cauca, base primordial de la producción eléctrica del país, ha herido de muerte amplios territorios agrícolas y ha quebrantado el derecho al trabajo campesino de sus moradores, sedientos hoy de oportunos medios de subsistencia y tranquilidad y seguridad de vida.
TOMADO DEL CORREO