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Bienvenidos a esta edición especial de El Times, donde compartiremos por algunas semanas la versión en español de Cruzar la frontera, una nueva entrega semanal de The New York Times sobre la vida en la frontera entre México y Estados Unidos. |
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Comensales en un Whataburger de Hidalgo, Texas Ilana Panich-Linsman para The New York Times |
La espera en el Whataburger |
Por Mitchell Ferman en Hidalgo, Texas |
El Whataburger que está al lado del puente es el sitio donde uno espera. |
Por lo general se espera un aventón, y algunas veces la comida, después de que uno cruza la frontera mexicana. La gente espera afuera, recargada en las paredes del edificio; también adentro, mientras miran sus teléfonos. El conocido local de comida rápida al lado del Puente Fronterizo Internacional Hidalgo-Reynosa es una terminal fronteriza informal: una suerte de Estación Central pero sin el glamur. |
Al costado, miles de vehículos, autobuses y gente cruzan todos los días el tramo de 402 metros que pasa sobre el río Bravo, del lado mexicano, o el río Grande del lado estadounidense que conecta a ambos países. |
En una noche de esta semana, Juda Castellanos, un ciudadano estadounidense nacido en México que vive en el sur de Texas y trabaja en una fábrica de autopartes en Reynosa, México, estaba sentado en un gabinete del Whataburger mientras esperaba a que su esposa lo fuera a buscar. |
En ese momento, no sabía dónde estaba ella. Su teléfono se había quedado sin pila y tuvo que pedir prestado el de un desconocido para enviarle un mensaje de texto, y luego otro más. |
Resultó que su esposa ya iba en camino y apareció poco tiempo después en una miniván. La puerta del pasajero se abrió. |
“Ah, ahí está mi hijo”, dijo Castellanos. |
La familia cenó esa noche ensaladas y sándwiches de comida rápida. |
Hay muchos Whataburgers en Texas, pero en la ciudad de Hidalgo, al sur de ese estado, la clientela es única. Casi todos los que pasan por ahí tienen un pie en ambos países. |
Los padres llevan las actas de nacimiento de sus hijos guardadas en bolsas de plástico resellables en el asiento del copiloto. Un hombre esperaba a su novia, que vive en Reynosa, en el estacionamiento sin bajarse de su Camaro. Una mujer aguardaba a su novio, a quien había conocido ahí en el Whataburger. No hace mucho, alguien pasó cargando una piñata de Donald Trump, de las que se venden del otro lado del puente. |
“Una vez vi a algunos amigos de la preparatoria esperando un aventón aquí, ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que los vi antes de eso”, dijo Castellanos, quien creció en Monterrey, México, una importante ciudad industrial ubicada a unos 225 kilómetros de Hidalgo. |
La inconfundible fachada color naranja y blanco del Whataburger lo convierte en un sitio natural de reunión, ya que es el punto de referencia más sencillo y reconocible cerca del puente. |
Castellanos mencionó que se sentía más seguro de que su esposa lo dejara y lo recogiera aquí, en lugar de llevar su vehículo a México. “La situación de la seguridad en Reynosa no es la mejor”, reconoció. |
Antes de que la violencia surgiera en Reynosa hace unos diez años, los jóvenes se reunían en el Whataburger antes de una salida nocturna del otro lado de la frontera en México, y luego regresaban de madrugada para cenar una hamburguesa antes de volver a casa. |
Algunos usaban el local de comida rápida como un lugar para conseguir trabajo temporal o para reunirse con contactos de trabajo. Mario Vargas, ingeniero industrial de 37 años, estaba esperando hace poco en un rincón con la esperanza de que su cuñada lo recogiera para ir a trabajar en su rancho. Había tenido problemas con su empleador habitual, un contratista de construcción en Reynosa, y necesitaba el trabajo extra. |
No obstante, llevaba horas esperando, y los restos de un combo número 1 estaban al lado de su sombrero de paja. |
“Se supone que iba a llamar a las nueve”, dijo encogiéndose de hombros. |
Decenas de autobuses cruzan el Puente de Hidalgo con destino a Texas todos los días y, cuando se hacen embotellamientos en la frontera, la gente suele bajarse del autobús, toma sus pertenencias, cruza la frontera a pie por la oficina de aduanas y espera a que la recojan. |
“Había que esperar tres horas”, dijo Nancy Ramírez, residente del sur de Texas que acababa de hacer un recorrido de tres horas en autobús desde el estado mexicano de Nuevo León, tras pasar unas vacaciones en México. |
“No me iba a quedar ahí sentada”, dijo. |
Así que Ramírez se bajó del autobús, llamó a su hija y entró a pie a Texas. Luego se acomodó en un gabinete del Whataburger con su equipaje y sin apetito. |
Manny Fernández colaboró con este reportaje. |
Mitchell es parte del equipo de periodistas del Times que actualmente se encuentran en la frontera. Cada semana, ellos compartirán parte de su reporteo sobre la frontera y las personas que pasan tiempo en ambos lados de ella. |
¿Tienes preguntas sobre cómo es la vida en la frontera o sugerencias sobre este boletín? Escríbenos: crossingtheborder@nytimes.com |
La cita de la semana |
“Algunas veces los maestros pueden verte o juzgarte de manera distinta, así que no le digo a mucha gente que voy y vengo. A veces me pierdo de muchas cosas porque no vivo allá. Y no vivo allá porque mis padres no pueden vivir conmigo del otro lado. No son ciudadanos estadounidenses”. |
— Jocelyn Guzmán |
Guzmán, de 18 años, vive en Matamoros, México, pero cruza la frontera para asistir al bachillerato en Brownsville, Texas. Ella aparece, junto con otras seis jóvenes, en una colección de ensayos sobre cómo es llegar a la mayoría de edad en la frontera. |
Lee más sobre sus historias aquí. |
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Un niño y su mamá esperaban junto a otros solicitantes de asilo en una estación de autobuses de San Antonio en abril. Callaghan O’Hare para The New York Times |
El lenguaje: esa otra frontera |
Por Caitlin Dickerson, reportera de inmigración nacional |
Las palabras importan y las emociones que transmiten pueden ser poderosas. Para muestra, no hay que ir lejos: basta ver los lados opuestos en nuestro debate nacional sobre la inmigración, que parecen usar dos diccionarios totalmente distintos al describir la situación en la frontera. |
El que es “refugiado” para una persona resulta ser un “inmigrante ilegal” para otra. Suele ser una evaluación visceral en la que las opiniones políticas alteran el lenguaje y viceversa. |
Algunos estadounidenses observan la frontera y ven masas hacinadas de madres y padres desesperados que huyen con sus hijos de la violencia y la miseria. Ven a solicitantes de asilo que no solo deberían recibir protección de su más que próspero vecino del norte, sino también oportunidades. |
Otros ven a los recién llegados como seres oportunistas y desconsiderados porque han elegido arriesgar a niños vulnerables, trayéndolos consigo en una travesía peligrosa, y a veces mortal, a fin de aprovecharse del sistema jurídico estadounidense para obtener ventajas que no se merecen. |
Casi nadie llama a los recién llegados “extranjeros”, aunque sería un término exacto y relativamente imparcial. |
Por su parte, el gobierno federal adopta un enfoque clínico en el debate. Algunos argumentan que al hacerlo se deshumaniza a los migrantes, lo cual también inclina la balanza en el debate. Por ejemplo, en la jerga gubernamental, las personas que nacieron en el extranjero se conocen como aliens (literalmente “alienígena”, cuya primera acepción, tanto en inglés como en español, es extranjero). Los jóvenes que emigran solos se llaman “menores extranjeros no acompañados” o “menores no acompañados”. |
Cualquiera que sea interceptado por la Patrulla Fronteriza mientras cruza el río Grande para llegar a Texas es considerado un wet (mojado), lo cual, para muchos, suena bastante como un término racista para referirse a los mexicanos. Hasta los refugiados que buscan a agentes de la Patrulla Fronteriza para entregarse y solicitar protección son clasificados en los datos oficiales como apprehended (detenidos), lo cual sugiere, de manera incorrecta, que fueron atrapados tratando de entrar ilegalmente a Estados Unidos. |
Los lectores ponen especial atención a las palabras que usamos los periodistas para describir estos temas, y tienen razón. La elección de expresiones y términos puede cambiar todo el tono de la nota. Hace unos años, la queja que escuchaba con mayor frecuencia era sobre si a los inmigrantes que, sin contar con estatus legal, vivían en Estados Unidos debía llamárseles illegal (ilegales) uundocumented (indocumentados); a mí me parece que ambas palabras son problemáticas y tiendo a evitarlas. |
Sin embargo, ahora las preguntas están evolucionando. ¿La situación en la que hay una gran cantidad de personas que abarrotan las estaciones de la Patrulla Fronteriza debería llamarse “crisis”, incluso si parte del caos ha sido generado por el mismo gobierno? ¿Las reglas que buscan proteger el bienestar de los niños deberían llamarse loopholes (vacíos jurídicos) porque también facilitan que esos niños entren a Estados Unidos y permanezcan en el país? |
Hace poco, un lector señaló que este boletín usaba la palabra deploy (destacar o enviar al frente) para describir la asignación provisional por la que dos de mis colegas fueron enviados a vivir a la frontera sur por varios meses. Mientras que, en el interior de la redacción, los editores y los reporteros suelen usar esa palabra para describir asignaciones de reportajes de todo tipo (“Caitlin, te acaban de enviar a ayudar con la cobertura de la boda real”), la frase misma no suele aparecer impresa, excepto en reportajes sobre una respuesta militar en un conflicto violento. |
En este caso, deploy puede haber evocado imágenes de caos y peligro en la frontera que no coinciden con la realidad, así que la quitamos. De igual modo, el presidente tiene su manera favorita de describir el proceso de detener y luego liberar a los migrantes capturados en la frontera (catch and release, “atrapar y soltar”). Suena como si hablara de pesca, señaló mucha gente, y los migrantes desesperados, sin importar cómo se les llame, no son una presa. Ahora preferimos evitar la frase, salvo que nos estemos refiriendo a cómo el gobierno describe este proceso. |
Aquí el reto no es que pocas de las palabras que se usan en el debate migratorio tengan una carga política, sino que la mayoría de ellas la tiene. En vista de eso, un ejercicio útil podría ser hacer una pausa por un momento, sin importar de qué lado esté uno en el debate, y cambiar los términos que comúnmente utilizamos por los que usan aquellos que tienen otra perspectiva, no para que nuestras opiniones se acerquen a las suyas, sino para entender mejor el espacio entre ellas. |
Tomado de:Gracias por leernos. El lunes estaremos de vuelta con El Times y todas las noticias que necesitas leer en español. Si quieres recibir este boletín sobre la frontera en inglés, puedes registrarte dando de alta tu dirección de correo electrónico aquí. |