“Guayacanal” ¿un viaje al pasado? I
Por JOSE MIGUEL ALZATE

La primera impresión que el lector se forma cuando pasa la última página de Guayacanal, la novela que William Ospina acaba de publicar, es que este libro es un viaje en busca de las raíces del autor, un regreso al pasado para encontrar la esencia campesina de su familia, un recuento bien logrado de una época signada por la violencia. El viaje que el escritor emprende hacia la tierra de sus mayores en compañía de dos amigos no tiene otra razón distinta que el reencuentro con el pasado. El escritor inicia un recorrido por el oriente de Caldas, partiendo de la selva de Florencia, en el municipio de Samaná, para desentrañar cómo fue la vida de su familia después de hacer parte de esa migración que se originó en el Cantón de Marinilla, y que la historia registra como colonización antioqueña.

La primera referencia a la violencia política que en los años cincuenta asoló a gran parte de Colombia la encuentra el lector cuando, en su viaje, los amigos se detienen en la vereda La Italia, entre las poblaciones de Victoria y Marquetalia, donde el 5 de agosto de 1963 William Aranguren, más conocido como ‘Desquite’, asesinó a 39 trabajadores de obras públicas del departamento de Caldas. Este hecho fue conocido como la masacre de La Italia. William Ospina recuerda que, siendo niño, escuchó hablar de ella. Aunque la familia se vio obligada a salir de Padua, con destino a Pereira, debido a la violencia que empezó a vivirse en el pequeño pueblo tolimense, el escritor logra reconstruir, recurriendo a los recuerdos de su familia, cómo empezó a manifestarse el odio entre los liberales y los conservadores.

En Padua, esa violencia tuvo ribetes trágicos. Los llamados pájaros, que era el nombre que por entonces se les daba a los asesinos (recuerde al jefe de los pájaros en Tuluá, León María Lozano, el personaje de Cóndores no entierran todos los días, la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal), asaltaban los buses que transitaban por Cerro Bravo, se tomaban las casas de los liberales y hacían huir a quienes no eran conservadores. William Ospina narra que se reunían con el inspector de policía en una casa de Arenales para hacer la lista de las personas que debían matar. Así les quitaron la vida, en el marco de la plaza, a don Heriberto Giraldo y al hijo que salió en su defensa. Esa misma tarde mataron a Julián Arévalo, el sepulturero, y a otro liberal que vivía cerca de la casa de los padres del escritor.

En la finca Guayacanal, la familia de William Ospina fue víctima de esa violencia fratricida que vivió Colombia por cuestiones políticas desde los años treinta

Los mencionados en el párrafo anterior son los primeros crímenes que William Ospina narra con verismo en Guayacanal. De ahí en adelante, el lector se encuentra con una larga lista de personas asesinadas. Como el escritor lo dice en la página 24: “La violencia fue llegando de un modo imperceptible, y todas esas gentes que terminaron odiándose o temiéndose al comienzo eran vecinos y amigos”. La gente no sabía que “pertenecer a partidos distintos fuera algo tan grave”. Ospina señala que esa violencia fue propiciada por los directorios políticos y por los sacerdotes en los púlpitos. En su concepto, “ellos convirtieron a los pueblos en calderos de intolerancia y de miedo, y a los vecinos de siempre en enemigos y demonios”.

En la finca Guayacanal, la familia de William Ospina fue víctima de esa violencia fratricida que vivió Colombia por cuestiones políticas desde los años treinta. Varios de sus miembros fueron perseguidos. Sin embargo, el abuelo del escritor era un hombre alejado de sectarismos. Tanto que permite que tres de sus hijas se casen con liberales. El temor a ser asesinados en cualquier recodo del camino perseguía a los hombres. Todo debido a que uno de los miembros de la familia, Santiago, fue asesinado por el Indio Alejandrino. Lo cogió a machete en su propia cama sin que el hombre pudiera defenderse. Una hija que vio el crimen tomó otro machete para enfrentarse al asesino, con tan mala suerte que recibió una herida en la cabeza. El asesino de su padre solo atinó a decir: “Chupó por metida”.

Guayacanal era el nombre de la finca que el bisabuelo del escritor compró cerca al puente sobre el río Guarinó. Desde ese referente geográfico narra la violencia que sacudió a su pueblo. Cuenta, por ejemplo, cómo a Pedro Pablo, uno de sus tíos, le dispararon cuando bajaba de Petaqueros. Se cayó del caballo y el atacante lo remató en el suelo; el animal lo movió con su cabeza, y agarrándose de las riendas se montó de nuevo. Alcanzó a llegar a la casa. Al verlo sangrando, lo llevaron en una camilla hasta Petaqueros para conducirlo a Manizales. Logró salvarse. Pedro Pablo pagó un año de cárcel por la muerte de un hombre con quien se disputaba el amor de una mujer. El abogado lo sacó libre. Adujo que quien lo acusaba del crimen no estaba en capacidad de reconocer al atacante en medio de la oscuridad.

Benedicto y Rafaela, los bisabuelos de William Ospina, se establecieron en Guayacanal después de salir de su pueblo, en Antioquia, en busca de oportunidades. Llegaron con las corrientes migratorias que se produjeron en el sur de ese departamento después del año 1800. Como era una finca inmensa, a medida que los hijos se iban casando, el abuelo les asignaba una parcela para que construyeran sus viviendas. La finca se fue llenando entonces de casas. Sin embargo, algunos de los miembros de la familia se establecieron en el pueblo. Uno de ellos fue el papá del escritor. Ospina cuenta que su padre enamoró a su mamá después de cantarle una canción con su guitarra. Tenía buena voz. Tanto que hizo dúo con Óscar Agudelo para llevar serenatas cuando el cantante no era reconocido.

Esa violencia que llena las páginas del libro tiene varias aristas. De un lado, está la violencia generada por las ideas políticas. Y, del otro, la común, esa que se produce por el comportamiento de las personas. En esta última se inscribe Julio Gutiérrez, un hombre que en Padua gustaba de la pelea. William Ospina lo califica como “el hombre más valiente, más temerario, más peligroso y más incomprensible que hubo en aquellos tiempos”. Bebía en las fondas. Y se enfrentaba con la gente a cuchillo o a machete solo por mostrar su valentía. Hasta que un día, en Honda, encontró la muerte. Fue citado por uno de sus enemigos en una calle sin salida. Y cuando creía que el otro lo iba a enfrentar se encontró con que varios desconocidos lo atacaron a pedradas. Ahí lo mataron. Acudió a la cita porque era un hombre sin miedos.