Por Gonzalo Quiñones V.
La muerte colectiva nos despierta cada día. El dolor personal y familiar se nota en cada rostro. La preocupación de los gobernantes los impulsa a tomar medidas casi impensables en el transcurrir cotidiano de cada sociedad. Los contagiados con el CONAVID 19 en su mayoría son asintomáticos, es decir que no dan muestra de gravedad, pero son los portadores del virus de la desgracia mundial.
Los especialistas en contaminación pasiva o activa, sujetos al contagio, en armonía con los cuerpos médicos, de enfermeros, asistentes y de todas las ramas del saber científico de los centros asistenciales del mundo, evidencian su desconcierto e impacto por la rigurosidad contaminante de esta bestia viral; son el grupo humano que pasan de la sabiduría científica a la filantropía, don y virtud que ciertamente, humaniza la medicina, la hace más amorosa y asequible y efectiva, a pesar de la pandemia que nos acompaña y nos atormentará por muchos días más. Por un tiempo indefinido. Ellos son los héroes de la vida. Merecen reconocimiento ecuménico y apoyo total.
Hay voces de angustia y crítica para los países, que en medio de esta incertidumbre, se preocuparon más por la economía, el billete, y los movimientos financieros de las bolsas, que de las personas, que por sus compatriotas. En estos momentos sienten y sufren el golpe mortal por su mezquindad y egoísmo.
Y desde luego de su prepotencia, bajo la égida de ser naciones súper desarrolladas. La riqueza y el poder fortalecen el orgullo social y desprecia la ciencia y el saber y lo espiritual.
En pleno siglo XXI, escenario de connotados avances científicos, tecnológicos, industriales, agrícolas, con su globalización viciosa, con sus descompuestas propuestas como la ideología de género, el aborto, la eutanasia, su relativismo profundamente perjudicial, la corrupción oficial y privada. Una era de vida, identificada por las desigualdades en todas sus expresiones humanas, los campos y ciudades atestados por inmigrantes de todo tipo y casi sin ninguna esperanza. Donde los puentes urbanos y las calles, son los hogares de los hermanos de la calle. Donde el feminicidio y asesinatos de niños con su respectivo abuso sexual, y la comercialización de órganos humanos es evidente en el mundo.
Todo lo anterior tiene un protagonista central: el hombre; la persona humana, sin distinción de género. El sabio y el rico, el joven o el anciano. Los altos ejecutivos, presidentes y sus gabinetes; los juristas y hacedores de disposiciones contra los más desprotegidos. Universitarios, y gerentes de organizaciones comerciales e industriales. La sociedad toda. En términos paisas, todo el mundo.
Mejor dicho, TODOS NOSOTROS nos tenemos que declarar IMPOTENTES, INÚTILES, DÉBILES, frente a la reacción de la madre naturaleza, la ciencia. Frente a la capacidad destructiva de un virus microscópico que hoy nos lo han identificado como CORONAVIRUS o CORAVID 19.
En consonancia con el título de esta apreciación, reina en todos los ambientes del orbe un sentimiento indeclinable de solidaridad, de ayuda, de caridad, de ofrecimiento, de empatía con los otros, con los desposeídos. Hoteles y barcos de lujo convertidos en hospitales. Hasta da la impresión que en medio de la angustia, ha desaparecido el egoísmo y la exclusión. Es una cálida esperanza. Ha surgido la calidad humana; resucitaron las personas integras y bondadosas. Los países hermanos. De ahí que consignemos sin ninguna pretensión que: LA DESGRACIA, PROVEE LA GRACIA. Y ojalá, sea una gracia Santificante y Sanadora.