Por Gonzalo Quiñones V.
Especialistas de las más diversas ramas del saber, han concebido que después de la presente pandemia, surgirá con fuerza un Nuevo Orden Mundial, dados los efectos trágicos del virus, sus impactos negativos sobre la economía (identificada como Recesión mundial) donde los grandes países dejaran de serlo; se debilitaran los “reinos de la oligarquía ancestral”; bajará ostensiblemente la producción de los alimentos; nos enfrentaremos a la falta de agua; los bienes y servicios conformantes del diario vivir, se convertirán en artículos de lujo; el concepto de familia tendrá un drástico cambio y surgirá una disfunción social y humana sin precedentes. Los políticos perderán su poder dominante. Los medios de comunicación perderán en su conjunto, credibilidad y se debilitará su misión de informar y orientar a la gente ya que serán absorbidos por el sector financiero y la banca mundial.
Este panorama que nos acompaña, está a la vuelta de la esquina. No está lejos. Es indiscutiblemente una realidad. Pero nos impulsa y de qué manara a apoyarnos en la inteligencia de cada persona; a mirarnos por dentro. A rectificar los errores cometidos y asumir nuevos paradigmas, estilos de vida y de respuesta frente a las adversidades.
De ahí que encuentro de valor motivacional, lo consignado por la escritora alemana Silvia Schmidt, titulado “Y TUVE QUE ACEPTAR”. Lo comparto con afecto:
No sé nada del tiempo; que es un misterio para mí y que no comprendo la eternidad. Yo tuve que aceptar que mi cuerpo no era inmortal, que él envejecería y un día se acabaría. Que estamos hechos de recuerdos y olvidos; deseos, memoria, residuos, ruidos, susurros, silencios, días y noches, pequeñas historias y sutiles detalles. Tuve que aceptar que todo es pasajero y transitorio. Y tuve que aceptar que vine al mundo para hace algo por él, para tratar de dar lo mejor de mí y dejar rastros de mis pasos antes de partir. Y tuve que aceptar que mis padres no durarían siempre y que mis hijos poco a poco escogerían su camino y proseguirían ese camino sin mí. Y tuve que aceptar que ellos, no eran míos como suponía y que la libertad de ir y venir es también un derecho suyo. Y tuve que aceptar que todos mis bienes fueron confiados en préstamo y que no me pertenecían y que eran tan fugaces, como fugaz era mi propia existencia en la tierra.
Y tuve que aceptar que los bienes quedarían para uso de otras personas, cuando Yo, ya no esté aquí. Y tuve que aceptar que lo que llamaba mi casa, era solo un techo temporal que un día más, un día menos, sería el abrigo terrenal de otra familia. Y tuve que aceptar que mi apego a las cosas, solo haría más penosa mi despedida y mi partida. Y tuve que aceptar que los animales que quiero y los árboles que planté, mis flores y mis aves eran mortales. Ellos no me pertenecían.
Fue difícil, pero tuve aceptarlo. Y tuve que aceptar mis fragilidades, mis limitaciones y mi condición de ser mortal, de ser efímero. Y tuve que aceptar que la vida continuaría sin mí y que al cabo de un tiempo me olvidarían. Humildemente confieso que tuve que librar muchas batallas para aceptarlo. Y tuve que aceptar que no sé nada del tiempo que es un misterio para mí, que aun no comprendo la eternidad y que nada sabemos de ella. Tantas palabras escritas, tanta necesidad de explicar, entender y comprender este mundo y la vida que en él vivimos. Pero me rendí y acepté, lo que tenía que aceptar y así, dejé de sufrir. Deseche mí orgullo y mi prepotencia y admití que la naturaleza trata a todos de la misma manera, sin favoritismos. Yo tuve que desarmarme y abrir los brazos para reconocer la vida como es, reconocer que todo es transitorio y que funciona, mientras estemos aquí en la tierra. Eso me hizo reflexionar y aceptar y así, alcanzar la Paz tan soñada. La vida es un regalo que se te ha dado, haz de este viaje algo único y fantástico.
Es el momento preciso para pensar, meditar, y apoyarnos en la espiritualidad, tema que abordaremos más adelante, contando con su deferencia. Gracias.