Por Gonzalo Quiñones V.

“Después de la tempestad, viene la calma”. Este enunciado cobra actualidad por las avasalladoras marchas que estamos presenciando y que son dignas de reconocer como un hecho histórico y sobre todo esperanzador, porque es el pueblo-pueblo el que salió a las calles (la gran mayoría de la clase media) que por fin demostró su existencia en el seno de la sociedad. Que por fin hizo escuchar su voz de angustia y descontento. El pueblo por fin se hizo respetar y recuperó su derecho de protestar. Lo que empañó la esperanza, fue la “violencia importada” con los encapuchados, los vándalos, izquierdistas antisociales de primer orden. Los desadaptados de turno que también tapan su rostro, y son estudiantes universitarios o politiqueros  comunistas. Y frente a estos hechos a la fuerza pública, el ESMAD de la policía y soldados del ejército, se ven precisados a actuar y reducir este tipo de procederes, por norma constitucional. Eso sí, todo extremo es inaceptable y debe ser castigado en sus justas proporciones.

Con la suficiente ponderación es innegable que esta es la consecuencia de la indolencia, burla sistemática, las mentiras, las desigualdades protuberantes tanto urbana como rural, la compra y venta de votos, el desprecio por  los más débiles y de la capacidad de los más jóvenes, la declaratoria viciosa de ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría, la marginación de los indígenas por parte de  TODOS LOS PARTIDOS POLITICOS, SIN EXCEPCIÓN.

En Colombia no hay JUSTICIA SOCIAL. Esta es la DEUDA SOCIAL que por muchas décadas, no han mitigado siquiera los poderes ejecutivo, administrativo, judicial, político y las corporaciones legislativas, desde el Congreso, hasta las gobernaciones y alcaldías, asambleas departamentales y consejos municipales. Es decir el ESTADO, el GOBIERNO, son los responsable directos de este abismo social, de esta deshumanización de la política, la economía, la educación sin formación…

Y con esta DEUDA SOCIAL, nos tenemos que concientizar cada ciudadano, cada dirigente, cada gobernante, cada ejecutivo, cada profesional, cada mujer y cada  entidad pública o privada. Teniendo plena claridad que solo la ética, la formación personal y familiar, los valores individuales y colectivos, la dignidad humana, acoger y respetar la diferencia y un gran espíritu ciudadano por el bien y la corrección y transformación de nuestros sentimientos, nos lleva a vivir un país cada vez más humanos y buenos ciudadanos. ¡Todos nos necesitamos!