• La emoción ahogó las palabras de Caterine Ibargüen durante el acto en el que el Presidente Iván Duque le entregó el pabellón nacional y la Gran Cruz de la Orden Nacional al Mérito.
  • Palacio vivió una tarde de sentidos aplausos en el acto de reconocimiento que se le hizo a la atleta más importante del mundo.

 

Bogotá, 12 de diciembre de 2018.

Por: Nelson Enrique Parra

A las 5:30 de la tarde los asistentes presentes en el Salón Gobelinos, en el segundo piso de la Casa de Nariño, enmudecieron.

A pocos metros de allí, por la puerta blanca que comunica al Salón del Consejo de Ministros, aparecieron el Presidente Iván Duque Márquez; su esposa, la Primera Dama, María Juliana Ruiz, y Ernesto Lucena, Director de Coldeportes, conduciendo a la mejor atleta del mundo en el 2018, Caterine Ibargüen. Aplauso cerrado.

Minutos antes había sido recibida por el Presidente sobre la carrera Séptima, quien la acompañó orgulloso a lo largo de la Plaza de Armas, mientras los integrantes del Batallón Guardia Presidencial le rendían honores militares.

A sus 32 años y con sus 1,81 metros de estatura, la máxima figura del atletismo en nuestro país avanzó tranquilamente, ataviada con un vestido de franjas horizontales blancas, negras, rojas y amarillas. Encima traía un grueso abrigo negro con botones dorados que la protegía del intenso frío bogotano, sobre el cual recaía una larga trenza dorada.

Su inmensa sonrisa de dientes perfectos iluminó el Gobelinos. Al sentarse, nuestra especialista en salto de longitud, salto de altura y triple salto, aprovechó su cercanía con la Primera Dama para cruzar algunas palabras mientras sonreían.

Luego del himno nacional, un breve video recordó los logros de la atleta, sus saltos de gacela, sus batallas, sus triunfos, sus récords… Aquellas escenas con la bandera colombiana ondeando en su espalda hicieron suspirar a los asistentes, entre quienes se encontraban su entrenador del alma, el cubano Ubaldo Duany; su esposo Alexander Ramos y su manager, Fabricio Vargas.

Atrás de ellos, muy atentos, permanecían la Vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, ministros, altos funcionarios del Gobierno, congresistas y empleados de Palacio que no querían perderse ni un detalle de este momento. Al fondo, el periodista deportivo Javier Hernández Bonnet escuchaba admirado.

Sonriente y humilde, Caterine recibió del Presidente Duque una sentida felicitación, un efusivo abrazo y el pabellón nacional envuelto en forma triangular.

Unos segundos después, el Jefe de Estado le impuso también la Gran Cruz de la Orden Nacional al Mérito otorgada a los colombianos que se han distinguido por sus servicios al país. Con cuidado, le acomodó sobre el hombro la banda roja de bordes blancos. Para ese momento sonó el tercer aplauso, pero este fue diferente. No solo fue más alto y prolongado, sino que todos se pusieron de pie.

Llegó el momento de hablar. Embargada por la emoción, sus palabras no fluyeron a la velocidad de sus piernas. “Primera vez que me ven débil, yo creo”, dijo, apenada. Tomó aire y reunió todas sus fuerzas para compartir un mensaje inspirador: “Si Caterine Ibargüen va a ser ejemplo para Colombia, muchos niños que hoy creen que no, solo es soñar, trabajar con responsabilidad y disciplina, y así se consiguen grandes cosas…”. El sentimiento contenido hizo tronar un nuevo aplauso, nuevamente todos de pie, más intenso, más alto, más largo.

Enseguida, en su intervención, el Presidente Duque no dudó en destacarla como el motivo de inspiración para varias generaciones de colombianos.

“Tu ejemplo es un ejemplo de grandeza, de deseos de triunfo, de superación, de enfrentar las adversidades, de hacer de la alegría un motor del talento. Y debo decirlo: la historia tuya es una historia de inspiración para millones de colombianos y millones de personas en todo el mundo”, resaltó.

Y concluyó deseándole todos los éxitos en los desafíos pendientes: “Como Presidente de todos los colombianos, desde ya estamos entrenando contigo para verte conquistar una nueva medalla en los Juegos Olímpicos de Tokio”.

Se vino un nuevo aplauso de pie. Mientras la presentadora anunció el fin del evento, llegó la avalancha de abrazos, apretones de mano y decenas de solicitudes para tomarse la “selfie” con una extraordinaria mujer cuyo carisma y triunfos la ubican ya en el panteón de los atletas más importantes de todos los tiempos en nuestro país. Era una ocasión única.

La última “selfie” se la tomó con el sargento Beltrán, segundos antes de salir por la puerta blanca que da a la carrera Séptima, rumbo a El Cubo, donde otra multitud la esperaba ansiosa para continuar con la racha de aplausos que hoy hacen brillar aún más su sonrisa infinita.

(Fin/np/ncb)

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